Estamos en uno de los puntos más altos de la cima fósil, esa línea de penedía que separa la llanura litoral de los primeros relieves más la fuente. Y este es un punto privilegiado, una vez que avisamos una vasija alrededor.
Para los lados del Mar, podemos alargar la vista hasta Esposende y Fão y, si apuramos la mirada y la bruma atlántica no nos dificulta la visión, distinguimos a los célebres "Caballos de Fão", aquellos rocos siempre batidos por las olas, blancos de espuma cuando el mar aprieta. Si seguimos la mirada hacia el interior, por la línea marcada por el Cávado, percibimos su sinuosa y fértil paso por los campos a que da vida y frescura. Allí muy lejos, los molinos de S. Félix.
Más cerca de nosotros, otro cabezal como aquel en que nos encontramos, el Monte Faro. Pero el paisaje a la luz también tiene sus encantos: por más de tres decenas de kilómetros, si el tiempo ayuda, distinguimos una buena parte de la topografía de este Miño, hasta el Sameiro, ya hacia los lados de Braga.
Y al norte, otro punto alto, más un promontorio de la cima fósil, el Monte del Facho.